Noticia aparecida el miércoles 24 de Septiembre de 2008 - Por: SILVIA PEÑA
Junto a los rodriguistas recorrimos la huella del guerrillero. Una investigación que revela pistas inéditas para aclarar el paradero de sus restos y que pretende terminar con los mitos que le quitan porte histórico. Sus descendientes directos piden que la justicia se haga parte
Ciento noventa años después de que Manuel Rodríguez cayera muerto en las afueras de Til Til, el empresario Juan Esteban Rodríguez Besa —su descendiente directo en sexta generación— está empeñado en rescatar la imagen de su antepasado, revelar mitos, investigar su muerte y saber dónde están realmente los restos del prócer. “Nunca hubo interés de la familia por reivindicar este parentesco porque somos de bajo perfil y había algo de vergüenza entre los mayores a quienes no les gustaba descender de un hijo natural. Mi generación tomó la iniciativa. Comencé a estudiar, a buscar, quiero saber la verdad y conocer más cómo fue Manuel”, dice el dueño del supermercado del regalo Okydoky (ex Todo a mil).
Un cambio radical en doscientos años porque el nombre del guerrillero estuvo prohibido por generaciones entre los Rodríguez. “Cuando era chico escuchaba las conversaciones en secreto de los primos, los tíos, todo era muy sigiloso. Lo que pasa es que nuestra familia es muy tradicional, pechoña, y como Manuel nunca se casó legalmente... Hasta la época de mi abuelo no se hablaba ni una palabra, era tema vedado. Les daba pudor que no se hubiese casado con Francisca Segura y Ruiz, y que de esa unión ‘ilegítima’ hubiese nacido Juan Esteban. Es decir, toda la familia descendería de esta situación irregular. ¡A estas alturas qué importa si hubo matrimonio o no! Por eso en los últimos años se ha investigado lo que no se hizo en siglos. En esa negación, se perdieron objetos y documentos valiosísimos. Lo único que se conserva es el certificado de defunción de Francisca (1874), donde consta que era la viuda de Manuel Rodríguez. Las pocas pertenencias —un rosario de bautismo y documentos— fueron donadas al Museo de Colchagua, donde hay un pequeño espacio dedicado al guerrillero”, cuenta Juan Esteban, y aclara que no eran tiempos para que Rodríguez Erdoiza pensara en matrimonio. “Simplemente no estaba la situación para darle seguridad a nadie. Es verdad que no era un patipelado, su madre era aristócrata y tenía fortuna, su padre un funcionario de la aduana proveniente de Arequipa de una familia española de alcurnia. Manuel fue educado en el Colegio Carolino, el mejor de Chile, vivía donde hoy está el Banco Central, en Moneda. Sólo se convirtió en guerrillero después de las batallas de Chacabuco y Maipú, cuando comenzó a conspirar en contra de Bernardo O’Higgins, básicamente por haber matado a los Carrera, sus grandes amigos. Entonces empieza a pasarlo mal y termina preso”.
MANUEL RODRÍGUEZ FUE MUCHO MÁS QUE CARISMA Y CORAJE. Hoy, ser su descendiente es un orgullo para los Rodríguez Besa. “De hecho mi hijo, que es la generación más joven, lo cuenta con la mirada en alto, y se da la coincidencia de que como su antepasado, él también será abogado. Finalmente este hombre extraordinario tiene el sitial que le corresponde. Fue catalogado como guerrillero, bueno para las mujeres, las fiestas, un montonero... y puede haber sido eso, pero su aporte al país fue mucho más. No olvidemos que era un intelectual. Hizo gobierno con Carrera, juntos formaron la Patria Vieja. Siendo ministro redactó el manifiesto independentista, que es la base de la Constitución de 1812. Rodríguez Erdoiza fue primero un estadista, después viene el Desastre de Rancagua y la Reconquista, donde aparece el mito”.
Para determinar qué sucedió realmente con sus restos, la familia inició gestiones legales en noviembre de 2007. El abogado Jaime Jansana presentó ante el Seremi de la Región Metropolitana, una solicitud de exhumación en representación de la descendencia. “Los firmantes son Juan Esteban Rodríguez Besa, Juan Esteban Rodríguez Cruz, Felipe Galilea Vial, Rodrigo Galilea Vial y Gonzalo Menchaca Olivares. Toda familia tiene derecho a saber dónde están sus antecesores, es una garantía constitucional”, alega el abogado.
Sin embargo, el Seremi se declaró incompetente ante la petición y pidió a la Contraloría General de la República que se pronunciara si le correspondía tomar tal decisión. ¡Seis meses se demoró la respuesta! Finalmente, el organismo contralor se pronunció diciendo que la secretaría no está habilitada para dar la autorización, alegando que hay un vacío legal y dejando la responsabilidad en el aire.
Jaime Jansana reaccionó inmediatamente y presentó, la semana pasada, un recurso de protección ante la Corte de Apelaciones de Santiago, “por la afectación de garantías constitucionales de los descendientes. Ahora ellos deberán pronunciarse, sí o sí, y autorizar la exhumación. El patio histórico Arriarán no es monumento nacional así que no se requiere mayor permiso para hacer el trámite”.
“TODO SE HA DETENIDO POR UN PELOTEO BUROCRÁTICO QUE NO TIENE NOMBRE. Es una vergüenza, se cuidan el puesto y nadie se atreve a hacer nada. ¿Qué riesgo tendría la exhumación de un prócer? Imagínese, hemos tenido que recurrir a la justicia ordinaria para una muerte ocurrida hace 200 años”, señala con firmeza Juan Esteban Rodríguez. Y agrega que la tumba del Cementerio General no ha tenido mayor significado para la familia. “Nuestros muertos están en otra parte y jamás nos informaron ni consultaron para trasladarlo hasta allá. Lo único que sé es que las circunstancias de su entierro fueron muy extrañas: primero apareció en una iglesia, luego lo movieron por trabajos en 1875, diez años más tarde lo meten en una urna de madera y lo llevan al mausoleo militar, en 1911 lo sacan de nuevo y lo trasladan a donde está hoy. La única manera de saber si es él quien está allí, es exhumarlo y utilizar los adelantos científicos para salir de la duda”.
El fin de la gestión apunta a hacer un estudio de ADN y otros peritajes —patrocinados por la Universidad Pedro de Valdivia— para comparar los restos con la descendencia y determinar si corresponden a Manuel Rodríguez. ”De paso, sabremos la causa probable de muerte. Hay un mito que señala que el cuerpo del cementerio es de un soldado ‘ene ene’ y que Til Til se reservó para sí los de Manuel Rodríguez. Hace dos siglos se certificó un juicio por su muerte, que quedó sin responsables. Ahora la familia tiene que recurrir a la misma justicia para saber si los restos del Cementerio General pertenecen o no a él. Esperamos que el estado democrático de derecho otorgue respuesta...”, afirma Jaime Jansana.
“ES EL PRIMER ASESINATO POLÍTICO DE LA HISTORIA”, sentencia el abogado Juan Pablo Buono-Core (el mismo fiscal que acaba de abandonar temporalmente sus funciones en la Fiscalía Sur, tras ser notificado de la investigación sumaria que se sigue en su contra por presuntos vínculos con la banda de narcotraficantes Los Cavieres), quien escribe un libro sobre Manuel Rodríguez y pretende, a través de sus conocimientos forenses, definir el sitio del suceso y las circunstancias de la muerte.
CARAS rehizo la ruta del guerrillero desde el momento en que es asesinado, hasta que fue enterrado en la capilla de Til Til. También visitamos la supuesta tumba del Cementerio General. Rumbo al norte de Santiago, la primera parada fue en el monolito que hoy lo conmemora y que cada año se convierte en epicentro de una fiesta popular. La verdad es que su muerte allí fue sólo una coincidencia, Rodríguez nunca tuvo mayor cercanía con el pueblo durante su vida. No era de sus lugares habituales, porque las famosas correrías tenían como escenario el valle de Colchagua.
LA EJECUCIÓN COMENZÓ A FRAGUARSE UN AÑO ANTES DEL FATÍDICO 26 DE MAYO DE 1818. De hecho, el libro de Buono-Core comienza en el momento en que, según su visión, Bernardo O’Higgins amasa la idea de eliminar a Rodríguez: “Hay muchos documentos donde no cabe duda que lo mandó a matar. Correspondencia entre él y San Martín entre 1817 y 1818 dice textual: hay que darle un remedio, el golpe de gracia, sacarlo del protagonismo político, es un bicho de mucha cuenta. Lo primero que intentaron fue que partiera del país. Le dieron recompensas en dinero que rehusó y luego embajadas que agradeció y prometió pensar. Mientras lo hacía, se produjo el Desastre de Cancha Rayada y el director supremo partió al sur dejando a Luis de la Cruz gobernando como delegado. Cuando llegaron las noticias de la derrota del ejército libertador y que las huestes realistas avanzaban a tomar Santiago, comenzó un exilio masivo a Mendoza, incluso las arcas fiscales fueron enviadas para ponerlas a salvo. Pero Rodríguez no se marcha y se pone a disposición de De la Cruz. A través de un decreto es nombrado edecán, pero en medio de las revueltas, la ciudadanía lo elige presidente. Es el primero elegido democráticamente. En 48 horas ordena el país, dicta un decreto donde divide las tierras —la primera reforma agraria—, que es derogado con el regreso de O’Higgins. Cuando éste vuelve, encuentra la ciudad organizada para defenderse y el caudillo entrega el mando. En ese preciso momento Rodríguez se transformó en enemigo político de O’Higgins”.
Por eso, a la primera oportunidad de desacuerdo, Rodríguez es tomado prisionero. La ejecución se gestó en abril de 1818, mientras un grupo de vecinos, reunidos en un cabildo, pidió al gobierno garantías constitucionales. “Los dirigentes son detenidos, por lo que Rodríguez irrumpe a caballo en el palacio de gobierno exigiendo la liberación. Es llevado a la cárcel de San Pablo, donde permanece más de un mes. Fue interrogado, pero nunca se hizo un proceso ni nada parecido, simplemente estuvo encerrado sin cargos. Mientras tanto, la logia Lautarina —que era el gabinete en las sombras que gobernaba Chile— vota y aprueba la muerte del detenido. Discuten la ejecución y acuerdan aprovechar el traslado del batallón cazadores de Los Andes, desde Santiago a Quillota. El grupo parte el 25 de mayo en la mañana, el prisionero viaja con una escolta de diez soldados a cargo del comandante Rudecindo Alvarado. La orden era que Rodríguez no tuviera contacto con la tropa porque estaba tan legitimado popularmente que podía lograr con un par de palabras que lo liberaran”, explica el abogado. Cerca de las seis, un disparo irrumpió en la tranquilidad del Fundo Tapihue en Til Til.
Manuel Rodríguez Erdoiza (33) cayó herido sobre el sendero rodeado de espinos. Intentó levantarse, pero el comandante Alvarado lo golpeó en la cabeza con su sable, los soldados que lo acompañaban (Gómez, Agüero y Parra) cayeron sobre él destrozándole el cráneo con sus bayonetas. Lo arrastraron hasta un zanjón y lo cubrieron con ramas. El informe oficial decía que el prisionero había muerto tratando de escapar. No hubo investigación ni proceso. Todos callaron. Meses después Alvarado fue enviado a Perú con honores y los cabos ascendidos y destinados al virreinato del Río de La Plata. A cambio, Carlos Rodríguez, padre del guerrillero, fue deportado a La Serena donde murió en completa soledad. Cuando Bernardo O’Higgins abdicó, en 1823, José Miguel Infante, miembro de la administración de gobierno y que había sido amigo inseparable de Manuel Rodríguez, recibió un comunicado contándole que el teniente Antonio Navarro —sobre quien pesaba la autoría del asesinato— estaba en Santiago. Ordenó su detención y se inició un proceso en su contra. Fue absuelto. El fallo judicial dio como autor del disparo a Alvarado y como coautores a los cabos Gómez, Agüero y Parra, pero ninguno de los acusados volvió al país y el caso fue cerrado sin culpables.
Fue Hilario Cortés, inquilino del juez de Til Til Tomás Valle, quien encontró el cuerpo unos días después. Le faltaban las botas, el reloj, la manta... Valle, que además era amigo de Rodríguez, habló con el párroco de la capilla y juntos acordaron sepultarlo en la iglesia. “Lo metieron en un morral de cuero y lo dejaron bajo el presbiterio.Todos los que estaban ese día ahí juraron absoluto silencio: nos puede costar la vida, el gobierno mata a diestra y siniestra”, escribe Buono-Core en su libro. Cuando Tomás Valle murió, sus hijos lo enterraron junto al patriota. Años después, allí también fue sepultado el párroco.
Estamos en el lugar donde fue enterrado el patriota. La religiosa Minimol Chaakkalackal, directora de la Escuela 529, que hoy tiene la concesión del terreno donde está la capilla, nos abre la iglesia, monumento nacional que espera fondos para ser reparada.
Frente al altar se comprueba la que por años fue la única pista que existió para dar con los restos: a las 10 de la mañana, por un vitreaux, entra la luz del Sol sobre el lugar donde está enterrado Rodríguez. Esa leyenda cambió 76 años después, bajo el gobierno de Jorge Montt, cuando se formó una comisión popular, integrada por veinte juristas y un médico, para determinar dónde estaba Manuel Rodríguez. A cargo de la exhumación, figuraba el médico Allende Ríos (antepasado de Salvador Allende). Encuentran los tres cuerpos que habían sido intervenidos diez años antes durante trabajos en este lugar. El informe antropológico señala que se trata de un adulto de sexo masculino de entre 30 y 40 años con un desgaste manifiesto en las caderas, con lo que se infiere que se trata de un jinete habitual, a lo que se suma el análisis, hecho por un sastre, a los vestigios de ropa que determinan que podrían pertenecer a trajes usados en la época de la Independencia. Pero estas pruebas no son suficientes para decir si ese cuerpo es de Rodríguez. Ante la poca certeza del estudio, el gobierno de Montt decreta que se entierren esos restos como si fueran los de Manuel Rodríguez y que se trasladen al Cementerio General.
En el patio Arriarán termina este recorrido. El resto de la historia está por escribirse. La justicia tiene la última palabra.
Fuente: www.caras.cl